Peor Mario Campos
Las últimas semanas los mexicanos hemos visto desfilar múltiples declaraciones patrimoniales de políticos de todos los partidos. Desde Javier Duarte hasta Andrés Manuel López Obrador, pasando por Alejandra Barrales o Enrique Ochoa Reza, quienes han puesto a la vista de todos una relación de lo que dicen tener.
El problema es que esos documentos en vez de generar certezas han despertado más dudas y no pocos empiezan a dudar de la utilidad de este instrumento como una forma de combate a la corrupción.
A ellos, los que desconfían por razones obvias, habría que decir de entrada que el instrumento no supone que todo lo que se diga debe ser asumido de manera incondicional como si fuera la verdad. La presentación no está precedida de la inyección de un suero de la verdad ni pretende que se confiesen como si fuera el final de la Rosa de Guadalupe.
Los políticos, políticos son y nadie en principio debería suponer que por sí misma la declaración sea una evidencia de actos de corrupción o de malos manejos. En principio ninguno de estos personajes presentará algo con el fin de inmolarse. ¿Entonces de qué sirve?
Sirve, si entendemos que el ejercicio obliga a los actores a poner en la mesa un tema que hasta hace muy poco era un asunto privado. Los políticos por ley no están obligados a revelar su capital ni antes ni después de ejercer un cargo público, y si por ellos fuera, seguirían sin hacerlo. ¿Por qué lo hacen entonces? Porque el tema ya está inserto en la agenda social, política y mediática y eso es la primera buena noticia.
La segunda, que esos documentos pueden ser muy enriquecedores para la discusión si los entendemos no como el punto de llegada, sino como el punto de partida para la deliberación.
Que algunos políticos nos digan que son ricos en sí no debería ser problema, siempre y cuando nos expliquen cómo es que se hicieron de esas fortunas; que otros digan que no tienen propiedades, tampoco debería ser nota, salvo que su austeridad no corresponda con los ingresos que de manera pública han recibido a lo largo de su vida.
En otras palabras, el trabajo de periodistas, adversarios y sociedad civil no se acaba cuando alguien dice lo que tiene, sino apenas comienza. Es ahora, con la información que tenemos a la vista, cuando habrá que comprobar, contrastar, y en su caso, acreditar las mentiras de quienes ya han puesto el material para su revisión.
Las declaraciones públicas -ya sean incompletas o maquilladas – son un avance que debemos celebrar y mantener. No vaya a ser que por no hacer el resto de la tarea, nos confundamos y demos incluso pasos atrás en lo que hoy ya hemos ganado.
Político.com.mx