Por: José de Jesús Reveles Márquez
En la lógica de quien les escribe, la escuela debería ser un lugar privilegiado para proporcionar una formación que permita participar plenamente en la vida ciudadana y democrática, pero podemos percibir hoy que existe una contradicción entre el tipo de educación que se proporciona en las escuelas, y el modelo de sociedad al que formalmente se aspira.
Es por ello que en ésta ocasión comparto con ustedes una serie de elementos que pongo a su consideración, y como siempre, usted tiene la última palabra. El día de hoy: la escuela democrática es idónea para el Siglo XXI.
Para iniciar con éste análisis es importante que se entienda que durante el siglo XX se produjeron importantes cambios sociales que se dieron con una gran velocidad y, sin embargo, parece que las escuelas no se transformaron al mismo ritmo que la sociedad, por lo que es una primer idea de análisis que requiere ser planteada, y así clarificar cómo deberían ser los centros educativos para preparar a los jóvenes a vivir en condiciones que cambian cada día rápidamente.
Por tanto, es necesario que se reflexione entorno a cómo debería ser la educación idónea para el siglo XXI.
Entre los cambios que se están produciendo, podemos mencionar que la democracia se va convirtiendo en la forma de gobierno más deseable y muchas sociedades aspiran a dotarse de un funcionamiento democrático, que incluya respeto por los derechos humanos, con libertades básicas para todos, como la libertad de expresión, de asociación, desplazamiento, creencias, religión, etcétera, con la aspiración de erradicar la violencia.
Al mismo tiempo, se trata de sociedades más pluralistas, más diversas, con una mayor movilidad, en las que se producen grandes desplazamientos de seres humanos, menos regladas que anteriormente, con distintos tipos de familias, y una mayor libertad sexual y de creencias.
Sin embargo, los centros educativos han cambiado poco. Si en el imaginario hipotético, llegara a visitarnos un habitante de hace doscientos años, se sorprendería de muchas cosas, de los medios de comunicación, del funcionamiento de las fábricas, del tráfico en las ciudades, de los vehículos, aviones, coches, trenes, incluso naves espaciales, pero posiblemente cuando visitara una escuela pensaría que ahí las cosas continúan de forma parecida a hace cientos de años: alumnos sentados en bancos, un maestro delante de un pizarrón explicando, y los alumnos escribiendo en sus cuadernos y tratando de memorizar lo que les explica.
Es así que se requiere plantear cómo vamos a educar a las generaciones futuras para que se desenvuelvan en la sociedad en la que les tocará vivir, donde surgen a menudo nuevas actividades, inventos, así como profesiones también nuevas.
Por ello ¿Qué cambios debemos introducir en la escuela para que los prepare para vivir en una sociedad tan cambiante?
Hoy, podemos percibir que existe una contradicción entre el tipo de educación que se proporciona en las escuelas y el modelo de sociedad al que formalmente se aspira, porque las escuelas no son instituciones que hayan nacido en sociedades democráticas, que tengan en su origen ésta vocación, y lo que tendríamos que conseguir es constituir escuelas que sean verdaderamente democráticas, que preparen a los individuos para funcionar en una sociedad acorde a las necesidades actuales y como auténticos ciudadanos, y no como súbditos.
Además, es primordial, hoy en día preparar a los alumnos para desenvolverse en una sociedad que cambia muy rápidamente. Por eso se habla de que la escuela más que transmitir unos conocimientos bien establecidos, tiene que enseñar a aprender y a adaptarse a situaciones cambiantes
Y ¿Cuáles serían los ideales?
Se podría decir que el ideal sería tener escolarizados a todos los niños y niñas durante muchos años, con sus necesidades materiales satisfechas, de tal forma que asistan a una escuela en la que reciba una formación que les permitiera ser felices, desarrollarse armoniosamente, convertirse tanto en adultos provistos de los conocimientos necesarios, para insertarse en el mundo social de un modo productivo, como ciudadanos dispuestos a cooperar con los demás, a participar de manera activa en la vida colectiva.
También es necesario que sean capaces de elegir las formas de gobierno más convenientes para todos y que conduzcan a su sociedad, y a la especie humana en general, hacia un mundo más justo, más libre, en el que todos vivamos en paz, en el que no se produzcan actos de agresión ni por parte de los individuos, de grupos mafiosos, ni por parte de los gobiernos.
Creo que estas podrían ser algunas de las aspiraciones de la escuela que debería tratar de construirse; aspiraciones en las que muchos podríamos coincidir.
Es así que a continuación quiero describir 3 puntos fundamentales en la educación idónea para el siglo XXI, situándome en la perspectiva de hacia dónde deberíamos movernos y cuál sería el horizonte educativo, conscientes de que éste siempre se va alejando a medida que nos vamos acercando.
Respecto al primer punto, es fundamental conseguir la participación de los alumnos y las alumnas en la gestión de los centros y de las aulas; es decir, no tienen que ser asistentes pasivos, sino que tienen que ir convirtiéndose en actores. Eso nos llevaría a propiciar el paso de la dependencia a la autonomía, aspecto fundamental del desarrollo social.
Lo que parece claro es que resulta imposible preparar a los alumnos para la vida democrática, para convertirse en buenos ciudadanos y ser personas razonables, en una escuela en la que la autoridad está exclusivamente en manos del maestro, y los alumnos lo que tienen que hacer es seguir las normas y obedecer. La formación moral y la política tampoco pueden conseguirse sólo mediante la transmisión verbal; es necesario formarse en la participación.
Los maestros no pueden promover la autonomía cuando ellos no la tienen; cuando están constreñidos por horarios, programas, contenidos escolares, libros de texto, que vienen de arriba, y en los que ellos tienen una escasa participación. Por tanto, tenemos que promover también la autonomía de los profesores y de los centros educativos. Los sistemas educativos centralistas no pueden promover ni la autonomía ni la democracia; se requiere de flexibilidad iniciada en y desde el currículo.
En la escuela hay que dar una importancia grande al trabajo cooperativo y crear un clima de convivencia adecuado entre todos los implicados en la educación: los alumnos, los profesores, los padres, los directivos y la sociedad en general, y uno de los aspectos fundamentales de esta organización social es la atención que se presta a los conflictos que se producen en el interior de la escuela, la resolución de los conflictos.
El siguiente aspecto que tiene que cambiar es el de los contenidos escolares, lo que se enseña y lo que se aprende en la escuela. Los contenidos escolares deberían tener como objeto primordial la vida en su conjunto, y se debería tratar de todo lo que afecta a los individuos.
Al enseñar a aprender, hay que partir de las necesidades y de los intereses de los alumnos, y crear primero la necesidad de saber y luego transmitir el conocimiento. Tenemos que fomentar la pasión por conocer, la curiosidad, que todos los niños y niñas manifiestan en algún momento de su vida, y que la escuela termina por apagar. Hay que aprender a ver la ciencia y la cultura no como una acumulación de conocimientos, sino como una actitud.
El tercer y último aspecto que tendría que cambiar en las escuelas democráticas se refiere a las relaciones entre la escuela y la comunidad. Será necesario tomar conciencia de que la escuela ha venido siendo un centro replegado sobre sí mismo, en el que se mantiene a los niños para evitar que salgan fuera.
Esto es algo que se tendría que modificar para que la escuela se convierta en un centro de cultura, de conocimiento, en un lugar de intercambio, en un centro social abierto a toda la comunidad en que está inserta. Deberíamos tener escuelas mucho más vinculadas al entorno en donde están situadas, con los habitantes que viven alrededor de ellas, de tal manera que la escuela no fuera un espacio restringido a los niños, sino que estuviera abierto también a los habitantes en su conjunto.
Estimado lector, agradezco de antemano la atención prestada al presente; y como siempre, usted tiene la última palabra. VIVA LA VIDA…
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