Por: José de Jesús Reveles Márquez
No empezaré diciendo nada nuevo, ni tampoco contando un cuento sin razón y usted lo sabe…es conocido que los inicios de la filosofía en occidente van unidos a las investigaciones realizadas por un grupo de inquietos navegantes del conocimiento (por decirlo de alguna manera), que se atrevieron a cruzar los límites del “saber” establecido por la tradición y pretendieron proporcionar a sus iguales una explicación racional de los fenómenos de la naturaleza.
En su búsqueda fueron más allá de los mitos y delante de la dificultad de descubrir lo que escondía la naturaleza salvaje e inhóspita, lentamente dirigieron su mirada hacia el propio ser humano. Sus reflexiones tenían un carácter práctico y teórico.
Se trataba, entonces, de una teoría dirigida básicamente a la praxis, entendida en un sentido más amplio de como se puede llegar a entender en la actualidad. Su investigación, de alguna manera, tenía la intención de presentarse como una ayuda primordial para sobrevivir a las incomodidades impuestas por la naturaleza, un objetivo que sólo era posible alcanzar mediante un saber racional aplicado a todos los ámbitos de acción.
No es extraño que, en un principio, lo que conocemos hoy en día como ciencia se entremezclara con la filosofía. Su objetivo era similar, descubrir qué era el mundo y cuál era su sentido, para poder vivir mejor y con más seguridad.
Más hubo un momento crucial que marco un hito importante en la búsqueda del sentido y en la mejora de las condiciones de la vida humana. ¿Dónde tuvo lugar este cambio? Pues, en Atenas. Fue en esa gran ciudad dónde se inició por primera vez lo que podemos llamar propiamente como práctica filosófica del ser al saber.
Aunque se habían producido reflexiones anteriores sobre el hombre y su relación con la naturaleza, una vez que las condiciones vitales se mejoraron, lo que importaba era obtener una vida buena y más feliz. Era necesario, por tanto, saber como llegar a ser ciudadanos más buenos y felices. La filosofía se marcó este objetivo como última meta de su reflexión.
La idea que la dirigía no era otra que la de que sólo el conocimiento podía proporcionar el bienestar.
Es aquí que los sofistas, maestros de la virtud entendida como capacidad para tener éxito en la vida política, fueron los primeros en utilizar las diferentes habilidades del lenguaje y el razonamiento para enseñar a los ciudadanos a defenderse en su participación activa en la vida pública y obtener el tan deseado éxito político.
Pero había otros, como Sócrates o Platón que plantearon temas más humanos como por ejemplo: el conocimiento de uno mismo; cual era la mejor organización política; cómo llegar a ser más feliz en la ciudad o Polis. El medio de transmisión utilizado fue, en todos ellos, la palabra, el lenguaje y el diálogo como unas herramientas fundamentales en cualquier método educativo.
Hablando de los métodos, diferían unos de otros. Los sofistas utilizaron la retórica, la erística, el confundir al contrario mediante sofismas o argumentaciones que parecían verdaderas, pero que no lo eran. Sus artes de manipulación y engaño provocaron muchos recelos y se ganaron muchas enemistades.
En cambio, Sócrates hizo uso del diálogo y la ironía, el aparentar no saber nada, para que el contrario se diese cuenta que en el fondo poca cosa sabia y de esta manera provocar el nacimiento (mayéutica) del conocimiento convertido en virtud.
Su discípulo, Platón se dedicó, más que nadie, al diálogo o dialéctica para superar las apariencias de los sentidos y los errores del lenguaje, y de esta manera poder acceder al verdadero conocimiento, que sólo podía obtenerse del pensamiento.
Sin lugar a dudas, Platón, más que ningún otro filósofo de su época se percató que la educación era fundamental para el buen funcionamiento de la ciudad. Era necesario educar a los ciudadanos, y la filosofía era una gran aliada para formar gobernantes sabios e instruidos, que supieran dirigirlos equilibradamente y con justicia.
De una manera o de otra, la práctica filosófica emprendió los primeros pasos hacia una ciudadanía más comprometida en la vida pública, tal vez más sabia y feliz… “y colorín colorado este cuento ha terminado”. &&&
Agradezco de antemano la atención prestada al presente; y como siempre, usted tiene la última palabra. Nos leemos en la próxima y espero que haya sido de tu interés…
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