Por Mario Campos
El Presidente Enrique Peña Nieto llega al cuarto informe en el peor momento de su sexenio. Su aprobación es la más baja registrada para un presidente desde que iniciaron esas mediciones en los años 90. El mes de julio fue el de más homicidios en lo que va de su gobierno y hoy tiene frentes abiertos con maestros, doctores, empresarios, iglesias y una larga lista, a la que tiene que responder con un gabinete dividido, más preocupado por la sucesión presidencial que por atender sus tareas.
El problema es todavía mayor si consideramos que este escenario está marcado por serios cuestionamientos a la legitimidad de su gobierno. Por un lado, por el tema recurrente de la corrupción; por el otro, por el uso y abuso de la fuerza pública como en los casos como Nochixtlán y Tanhuato, que nos recuerdan que en materia de derechos humanos todavía hay mucho que hacer.
Sin el control de todo el territorio – ya sea por el crimen o por la CNTE – y con un poder permanentemente cuestionado, el gobierno tiene todavía por delante más de 800 días, sin que esté claro cuál es el rumbo que quiere seguir.
La narrativa de las reformas no solo se agotó sino que no fue reemplazada por otra, y hoy la propaganda oficial parece convencida de que todo es un problema de actitud. No es que el país ande mal, es que se cuentan poco las buenas noticias. No es que hagan falta mejores operadores políticos y económicos, sino que tenemos que cambiar nuestro cochino pesimismo que solo nos hace ver lo malo en el país.
Con nubarrones en la economía y diversos actores percibiendo a un gobierno débil, hay condiciones para pensar que si los primeros cuatro años han sido difíciles los otros dos se pueden poner peor.
¿Es posible darle la vuelta a este escenario y cambiar la percepción sobre el trabajo del gobierno? Vista la reciente ratificación de Alfredo Castillo -pese a las probadas críticas – y los recientes aumentos de precios en gasolina y electricidad- no obstante las promesas de que no habría más este año – parece que no es posible.
Porque para salir de esta ruta hay que reconocer que se va por el camino equivocado, y eso, por lo visto, nunca lo vamos a ver nunca aunque la terca realidad se empeñe en demostrarlo una y otra vez.
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